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El paso de tan solo 3 años puede parecer demasiado pronto para publicar una nueva edición de un libro (especialmente de un poemario), pero no soy yo el único responsable de esta decisión...
Verás... Cada proyecto personal que llevo a cabo y que tiene algo que ver con el arte o la creatividad en alguna medida, intento siempre ejecutarlo a un ritmo natural, es decir, dejo que las cosas acaezcan y devengan a su modo. Una forma más pop de decirlo sería "dejo que las cosas fluyan" —y yo fluyo con ellas a la vez—. Así es como lo hago cuando el producto de mi trabajo es completamente mío y para el cual no hay plazos con los que cumplir. Este modo de proceder me ha brindado los mejores resultados hasta ahora.
Así que para este libro, Montaña, mi preciado poemario, hice exactamente eso, no solo para la primera edición (2020), sino también para esta segunda. ¿Cómo se traduce esa filosofía de "dejar que las cosas fluyan" a los hechos? Por ejemplo: tuve la idea de crear este libro allá por 2019 (creo que fue en junio o julio concretamente cuando se me ocurrió), pero no mucho después se me vino la idea de lanzarlo en Yama No Hi (el 11 de agosto, el Día de la Montaña, solo en Japón) y simplemente tuve que aceptarlo —complacidamente— y hacerlo así, aunque eso supusiera lanzar el libro dentro de poco más de un año. Procedí así no porque me sintiera presionado ni forzado a hacerlo, sino porque simplemente me pareció lo correcto. Me gusta pensar que se trataba del propio libro (es decir, el proyecto) que me hablaba y me decía cómo debía hacer las cosas para con él.
Además, hay que tener en cuenta que la idea se me ocurrió a finales de junio o julio de 2019, y que Yama No Hi era el 11 de agosto, así que solo contaba entonces con unas pocas semanas para armarlo todo, y aún no había hecho absolutamente nada con el proyecto. Tenía que seleccionar los poemas a incluir, tenía que idear un concepto visual, armar el diseño, seleccionar las tipografías a usar, crear algún tipo de introducción y algunas otras cosas que darían forma al producto final. En otras palabras, todo un paquete de componentes además de simplemente los poemas. Sabía que unos 40 días no eran ni remotamente suficientes para hacer todo eso y hacerlo bien, así que quedó claro que lo más inteligente era fijar la fecha de publicación para el año siguiente, a modo de contar con un lapso prudencial para dedicarle a este proyecto el tiempo y el amor necesarios.
Y mucho amor le di, desde luego. Tanto así que, en las pocas veces que he vuelto a mi Montaña desde que lo publiqué, siempre me he sentido deleitado con el resultado. Sí, había un puñado de errores ortográficos y de tipeo que se me escaparon aquí y allá —siendo yo demasiado tonto como para detectarlos a tiempo, y luego demasiado perezoso como para corregirlos prontamente—, pero en cuanto al contenido, era perfecto; seguía siendo intocablemente bello, tal y como sentí que lo era el día de su publicación, todo muy bien diseñado y maquetado. No parecía haber envejecido tan siquiera un poco, y en ningún momento sentí que debería haber hecho las cosas de otra manera, sea añadiendo u omitiendo algo.
El libro fue completado al 100% desde el comienzo y cada detalle era perfecto tal cual. Ningún cambio posterior, ningún arrepentimiento, nada; solo unos cuantos errores mínimos que no afectaban la lectura. Eso es para mi un indicio de que hice las cosas bien desde el principio, y todo fue gracias a que dejé que las cosas se desarrollaran, como he dicho, de forma natural, en parte como yo había planeado hacerlo y en parte como el propio libro quería ser hecho. Me relajé, me lo tomé con calma y escuché.
Y esta es exactamente la misma razón por la que tengo la certeza de que esta reedición tenía que ser llevada a cabo en 2023. No sólo era objetivamente el momento de corregir de una vez por todas los errores del libro, muchos meses después de haberlos detectado, sino que también otras cosas que al principio no tenían nada que ver con el libro convergieron de forma hermosa en un momento en el que todo empezó a parecer que Montaña pedia a gritos ser reeditado. Lo que poco a poco se enraizo en mi vida y luego floreció súbitamente, dándome así señales claras de esa petición tácita que estaba siendo exclamada para que yo la oyese fue, por supuesto, la música del difunto gran Townes Van Zandt.
Desde que supe de Townes, en la primavera del año pasado, se ha convertido en mi músico favorito más reciente. En junio de este año, no paraba de escuchar su segundo álbum de estudio, titulado Our Mother the Mountain, y un día, a mediados de julio, me enganché a una de sus canciónes, My Proud Mountains, y entonces ahí me di cuenta, casi como una epifanía: "Este es el momento adecuado para reeditar mi libro. ¡Ya es tiempo!". Tiempo de revisarlo, corregirlo y (re)publicarlo, no sin antes incluir, por supuesto, algunas letras en homenaje a Townes; algo que, de nuevo, me pareció natural y acertado.
En el nuevo encomio que aparece en la versión en inglés de este poemario (página 73) explico con más detalle esta hermosa conjunción de elementos, que es a la vez un breve relato sobre cómo conocí la música de Townes y un elogio al cantautor tejano, para quien también he escrito un poema, incluido solo en la versión anglosajona. De paso, también me ha parecido oportuno aprovechar la publicación de dicha versión para conmemorar la fundación del estado de Colorado (que tuvo lugar el 1.º de agosto de 1876), y por eso he decidido publicarla en ese fecha, hace 10 días.
Mientras tanto, en esta versión (en español), en lugar de un poema dedicado a Townes encontrarás una traducción original y en rima que he hecho de My Proud Mountains (p. 67), además de un encomio (p. 72) también en torno a Van Zandt, pero con un enfoque distinto al del que aparece en al versión en inglés. Ambos comentarios, lejos de abordar el tema con una terminología complicada y apreciaciones estéticas demasiado formuladas, se dejan leer y bajan suavemente, como cualquier trago de buen whiskey. Así que...
¡A la salud de Townes (en el otro mundo)!