Soñé que no era yo hombre,
tampoco mujer.
No era carne ni hueso,
ni aire que dilata.
No era yo nada de este mundo
ni de aquel otro,
ni de ninguno posible.
Era colores sin nombre;
sombras hiperlumínicas.
Una urdimbre de espectros
eternos que se arremolinan
al compás del aullido del viento.
En torbellino danzante
se dejan ver en su forma;
fugaces pronuncian vocales
de lumbre sobre corteza.
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