diciembre 10, 2013

Lumbreras


Ya pronto va a volver la horrible ciudad;
se vendrá encima, devorándolo todo.
Las cubrirá de nuevo en su hollín, ahogándolas tristemente.

Tú, amiga discreta, enmudecerás ante mis ojos.
Y tú, pequeñita, quién sabe cuándo vuelvas a cantar...
Aquella otra compañera, ¿cuándo volveré a escuchar su voz...?

Es tanto lo que guardan para decir...
¡Vamos...! Susurrádmelo, serenas, en medio de mi letargo.
Pero... ¿es de día o es de noche?

¡Cuán imbécil la especie!,
privándose del espectáculo extraordinario,
día tras día, vatio tras vatio.

Los ojos lechosos ante las voces fantasma;
la dosis de resplandor es fulminante, letal;
ciegos sin poder oír, sordos sin poder ver.

Nos perdemos de tanto a causa de los artilugios, el chirriar;
por culpa de los empecinados, de los enmaquinados.
Nos perdemos de ustedes, nos perdemos de tanto...

¡Adiós, eternos cisnes en su baile astral incandescente!,
en sus languidecientes rutinas, en fuga
hacia calmos rincones de silencio y oscuridad.

¡Oh, escapad! Huid a donde recuerden aún vuestras serenatas,
a donde os aprecien todavía y les aderecen celestial tribuna,
porque es allí donde realmente merecen escucharles.



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