diciembre 02, 2013

Te amo, te amo, ¡te amo!


Todo en ella porta su rostro,
ese tierno semblante inundado de dulzura
que es para mi panacea de toda amargura.
Todo lo que yo hago no pretende otra cosa
que libar esa miel de sus lindos ojos,
esos ojitos que me sonríen tan tiernos,
inundados de ensueños, tan bonitos...
Te amo, te amo, ¡te amo!


Todo cuanto es cosa,
sea que lo posea o no lo posea,
y otro tanto que bien respira,
sea que le tenga repudio o estima,
igual dan: nimiedades son
sin importancia alguna
(es como si se dispersaran
cual polvo por el espacio),
porque aún si nada encima,
en el baúl o en la billetera,
yo no puedo sentirme más satisfecho,
no puedo estar más en sosiego, 
que cuando ella halla en mi
su único abrigo verdadero.

Nada en esta vida me hace más feliz
ni llena mi corazón tan plenamente
como cuando ella, mi dorada, mi amada,
concilia finalmente la calma, su paz,
en los pliegues de mi amor,
que se extiende ampliamente, 
tejiendo su refugio consagrado.
Allí, donde nada la perturba,
emergen livianas las sonrisas.
Y yo la veo: no quepo en mi...

No necesito nada más para ser feliz
que ser capaz de hacerla feliz.
Te amo, te amo, ¡te amo!

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