No se justifica que el lenguaje no brille hoy tanto o más que en los años dorados. Que no florezca extraordinariamente sobre los folios, que no desborde como rica fuente de colores borboteantes, un millar de formas, exóticas texturas, osados volúmenes, luces y sombras en ardiente moción.
En tiempos de antaño (hablando en términos de siglos) las ventanas al mundo más allá del horizonte ─los libros, por ejemplo─, si bien abundaban al igual que ahora ─creo que siempre lo han hecho: el que busca encuentra─, seguro no ofrecían una imagen de este tan clara, tan vivida y sobre todo, tan amplia como podrían mostrarla ahora: tenemos la fotografía, la televisión, el cine, la internet, ¡más libros!. Es una avalancha de estímulos para nuestros sentidos, un festín de signos para nuestras mentes ansiosas por hallar la próxima oportunidad para desahogarse; espíritus en frenesí gritan "¡Estoy vivo!" (aquellos con la suficiente suerte...).
¡Manos a la obra! Que la pluma reviva el increíble viaje, relatando las excitantes aventuras del pensamiento. Que encarne las emociones en el símbolo y nos supla fugazmente, urgidos, de aliento en una bocanada de sosiego.
Hay una canción, escrita por un gran hombre, que versa así:
"Y cada gota de mar
es el océano entero."
La vida de cada uno es una simple gota en un mar de infinitas vidas, pero esa gota... esa simple gota, es todo el océano.
Fotografía base: Italy Blue por Zsuzsa Boldogh. siby.deviantart.com |
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