a la flamante oscuridad de mi pecho
cuando mis ojos le llamaron
Ha encendido una antorcha para guiarse
avivando su ardor de la nada
sin siquiera esforzarse
Transitó veloz las tinieblas
sin saber que atravesaba un cuerpo
causando un remolino
Y ya no necesitando el fuego
prescindió de él sin reparos
abandonándolo en las sombras
La llama ardió como pudo
mientras le fue posible
pues estaba sola y sin aliento
Se extinguía lentamente
mientras suplicaba a las paredes, a la roca
hasta que finalmente murió
No es en la oquedad de la montaña
que fulgura su eco
es en el tiempo, en la memoria
y por la memoria hoy destella su llanto
en ocasiones
desde lo profundo de la oscuridad.
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